Ângelo Monteiro
Mare Nostrum: El Legado Estético y Ético del Pez en PlínioPalhano
"... tenemos en Plínio Palhano a un sismógrafo de la propia contemporaneidad: la ausencia de rostro de esos desnudos es sintomática en cuanto a la quiebra de identidad, en el encuentro y en la simultánea perdición de las formas visibles que se entregan a los sentidos del artista, como una búsqueda que no se concluye."
Son treinta y cuatro telas de Plínio Palhano - en su más nueva serie, Mare Nostrum - en las que la presencia del Pez es, en principio, multiplicadora. Como si fuera la presencia del Proto Pez o del Pez ancestral, que hubiera dado origen a todas sus demás especies o que participara de la actualidad de aquéllas, bastante distintas, con las cuales, un día, vino a la luz. El Pez, por lo tanto, en razón de la luz vivificadora que lo atraviesa - en los colores de sus múltiples cardúmenes, así como de sus múltiples escamas - nos recuerda tanto la historia del Cristianismo y de su Fundador - que ordenó que sus apóstoles, alguns de ellos pescadores, se hicieran pescadores de hombres -, cuanto la trayectoria del hombre en el Mare Nostrum en busca de la conquista y del descubrimiento de los pueblos.
En las telas de Plínio Palhano, la pasividad del Pez, inseparable del movimiento del mar, se reviste de varias formas, todas ellas bajo el dominio de nuestras pasiones o de la pasión que el mismo autor en sus colores ha infundido. Así, en la simetría de su baile y de sus ojos de agonizante brillo, como en la calidad de naturaleza muerta en un plato - arte, dádiva y alimento - , en que los peces asumen ora una coloración roja de sangre, ora blanquecina sobre un fondo negro - en velada advertencia a la destrucción de la vida en los mares -, tenemos una obra en continuo movimiento, que no se detiene frente a la benevolencia del pez solitario en sacrificio al mundo, entre legumbres, para ser servido a los hombres, ni frente al reiterado recuerdo del mismo fondo marino, entre el negro, el morado y el rojo, en toda su gradación simbólica.
Otras formas y otras especies, como los moluscos y los crustáceos y las estrellas de mar, se mezclan o se hermanan en la fauna del Mare Nostrum. Lo dominante, sin embargo, son los ojos de los peces, en su globo amarillo, de pupila oscura o azul, y sus bocas suspirosas o resignadas, convocándonos a una reflexión sobre nosotros, aún más honda que sobre ellos mismos.
Las distintas combinaciones entre las formas destacan el carácter polisémico de Mare Nostrum: sin embargo, lo que, sobre todo, nos transmiten, como legado permanente, es su lenguaje de silencio, de lo que no ha sido escrito, de lo que será eternamente una salvación visionaria, tanto en el espacio acuático y móvil cuanto en el tiempo de nuestra historia común.
El mar - concha o acuario de todas las cosas - es el gran receptáculo vivo, en su inmensa variación cromática, en el baile incansable de las formas que en él se bañan, buscando a su centro en sí mismo, pero teniendo el Pez - en su sentido iridiscente de multiplicación - como su verdadero Centro.
Qué pretende Plínio Palhano con Mare Nostrum, esta obra transfigurada y transfiguradora? Precisamente transfigurarnos, hacernos ver más allá de nosotros mismos, y aprender con San Antonio de Lisboa a oir a los peces: así, seguramente, ellos nos oirán, mucho más que los llamados hombres del presente. De esa modernidad, siempre repetida, en distintas épocas y situaciones, en la historia de los hombres.
Si los hombres son la sal de la tierra, como nos dijo Jesús - el Pez por excelencia -, no todos, sin embargo, han cumplido esa misión. El sermón de San Antonio, pronunciado por el Padre Antonio Vieira en la ciudad de São Luis do Maranhão, Brasil, el lejano año de 1554, ha mantenido, por eso, su actualidad hasta nuestros días. Pero nos bastan estas palabras del sermón: "Habréis de saber, hermanos peces, que la sal, hija del mar como vosotros, tiene dos propiedades, las cuales en vosotros mismos se observan: conservar lo sano y preservarlo para que no se corrompa".
Estas palabras del Padre Vieira, junto al ejemplo estético de Plínio Palhano, son un testimonio y una advertencia tanto sobre la sal que conserva a la vida, cuanto sobre la vida del Arte.
Una vida, ésta, que sólo existe si hay transfiguración. Y, por lo tanto, si se opera la conversión de lo real en una luz más alta que él mismo.
Ângelo Monteiro, poeta y ensayista
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