Plínio Palhano
FLORA TRISTÁN Y GAUGUIN

Flora Tristán (1803-1844): revolucionaria, socialista, precursora del feminismo francés, de refinada sensibilidad, sobre todo frente a los problemas sociales, que le tocaban directamente en la piel. Autodidacta, acumula experiencia y cultura y, por deseo y compulsión, se vuelve escritora por la necesidad de decirle al mundo las verdades que atormentaban su alma, llevándola a moverse por Europa, realizando charlas para entidades de clase, en la incansable lucha contra las injusticias. Su nieto, Paul Gauguin (1848-1903), fue un artista seminal que cambió la visión plástica de su tiempo, contribuyendo con genialidad con el arte moderna del siglo XX. Esas dos vidas paralelas encontraron en sus ideales una razón suprema para existir. E inspiraron al escritor peruano Mario Vargas Llosa en su novela "El Paraíso en la outra esquina", publicada este año, en marzo, con ocasión de los 100 años de la muerte del pintor.

Descendían ambos de los Borgia de Aragón, que dieron a la Iglesia los papas Calixto II y Alejandro VI, éste, uno de los más grandes tiranos del Renacimiento y que dio inicio a una generación que fue sinónimo de perfidia y vicio; y también de César Borgia, a quien Maquiavelo dedicó "El Príncipe", y su hermana Lucrecia, famosa cortesana y envenenadora. Esa ascendencia, en el siglo XIX, en Perú, en la ciudad de Arequipa, dio origen a los Tristán y Moscoso, de donde nació Pío Tristán y Moscoso, gobernador de Arequipa (1814-1817) y último virrey de Perú, proclamado en El Cuzco, el año 1824, y hermano de Don Mariano, que vivía en Francia y luego se exilió en España, donde se casó, en 1802, con Anne-Pierre Térèse Laisnay. Cuando regresaron a París, un año después, Térèse Laisnay dio a luz a una niña: Flora.

La revolucionaria Flora Tristán y el nieto Gauguin, en épocas distintas, se pasaron toda la existencia en busca de un paraíso. La abuela luchando por libertad y justicia social, soñando con una coyuntura que concretara la igualdad civil entre hombres y mujeres y por el derecho de todos a la educación, a la salud, al trabajo, a las relaciones de respeto entre las personas y a las leyes que les dieran dignidad, todo ello bajo un sistema socialista y desde una visión de utopía; como personaje, fue activa, con sincera motivación para los cambios en el seno de la sociedad, lejos de la filosofía de los actuales políticos.

El pintor Paul Gauguin deseaba una nueva generación de artistas que buscara lo primitivo, es decir, un Edén que revelara una vida y una estética nuevas, lejos de los patrones occidentales, contaminados por el prejuicio. De ahí nace la búsqueda, en los interminables viajes que emprendió - en culturas consideradas exóticas, no europeas -, por un estímulo a la palabra revolucionaria, impregnada de los recuerdos paradisíacos de la infancia, cuando vivió por seis años en Perú, con la madre, Aline Gauguin, y la hermana, Marie. El padre, Clovis Gauguin, periodista y editor del diario Le National, que los acompañaba, fallece de un ataque cardíaco fulminante antes de arribar al destino.

En la adolescencia, ingresa Gauguin a la marina mercante, con espíritu de aventura, pasando incluso por Brasil, en Rio de Janeiro, tal como hizo Éduard Manet en otra ocasión. El artista, al construir su obra, mantiene contacto con distintos rincones de la tierra, como Panamá, Martinica, Nueva Zelandia, llegando al fin de su existencia (y obra) en Tahití y las islas Marquesas. Antes, para profundizar sus teorías plásticas, había encontrado, en la misma Francia, a la inocencia religiosa del pueblo bretón en Pont-Aven y Le Pouldu, realizando las excelentes pinturas que fueron decisivas en su carrera artística: "La Visión Después del Sermón" o "Jacob y el Ángel" (1888) y "El Cristo Amarillo" (1889).

Un hecho importante en la historia de los dos fue el viaje de Flora Tristán al Perú (1833) - dejó a su hija Aline en un internado - con el objetivo de tratar personalmente con Pío Tristán el derecho a la herencia que le tocaba de parte de Don Mariano Tristán y Moscoso, su padre. Su presencia en Perú, en lo relativo a sus reivindicaciones, fue un fracaso, pero le sirvió para restablecer las raíces junto a su familia en América Latina, agregándole experiencia y base para su iniciación política, una vez que allí le nacieron las ideas radicales que cambiaron su visión, lo cual, posteriormente, contribuyó asimismo para que el nieto Gauguin alimentara su poderosa imaginación en los recuerdos de la convivencia con la madre, la hermana y el tío-abuelo - el hombre que dominaría su infancia -, llevándolo a perseguir un paraíso inalcanzable a lo largo de toda su trayectoria como artista.

El libro que Flora Tristán publicó dos años después de su regreso a París (1836), "Peregrinaciones de una Paria", dedicado al pueblo peruano, relata su viaje a Arequipa y Lima, y presenta al tío como un hombre avaro, ambicioso, por lo que Don Pío Tristán y Moscoso hizo quemar el libro públicamente, como un retroceso a las celebraciones inquisitoriales, dejando de enviarle las parcas monedas de la pensión, reacción que ella ya esperaba. Pero el libro le dio visibilidad en los medios político e intelectual, como gran pesnsadora socialista.

A partir de entonces, la vida de Flora se vuelve más intensa respecto de los estudios políticos, económicos y de las luchas por justicia social. En 1843, publica "Sindicato de Obreros", un manifiesto convocando a los oprimidos a tomar la iniciativa de agruparse en sindicatos para consolidar la clase obrera y fortalecerla en la Unión Obrera, para la cual serían recaudadas contribuciones, incluso de los patrones, con miras a la creación de escuelas y clínicas, además de mejorar las condiciones de trabajo. Recorre Francia, sus ciudades industrializadas, diseminando su mensaje pacifista porque, en su utopía, opresores y oprimidos llegarían a vivir en armonía en una sociedad justa y equilibrada. Luchó por los derechos de la mujer en el divorcio, en el sufragio, por lo cual es reconocida como una de las precursoras del feminismo francés. Un año después de su muerte (14 de noviembre de 1844), en Bourdeux, fue lanzado su último libro: "La Emancipación de la Mujer".

Gauguin apreciaba esos antepasados de los Moscoso y Borgia de Aragón, así como la supuesta sangre inca que decía tener, porque eran inspiraciones para su imaginación: "Soy un salvaje del Perú", acostumbraba decir. Heredó la parte revolucionaria de la abuela, de quien se enorgullecía por las luchas que libró, y en su calidad de revolucionario compulsivo, no le bastaban las conquistas estéticas, sino que siempre seguía rumbo a su gran objetivo, con lo que legó a la humanidad la obra que influenciaría una generación entera del inicio del siglo XX: impresionista de paso; creador del sintetismo con Émile Bernard; elegido por Stéphane Mallarmé y sus seguidores como el más grande pintor simbolista; recreador de la mitología maorí en la Polinesia Francesa; y libertador de los colores y las formas que ese mundo tropical abrió ante sus ojos y su cerebro.

Cuando la sífilis ya destruía todo su organismo, que se encontraba en estado lastimable, viciado en morfina y alcohol, que le ayudaban a soportar el dolor del eccema en la pierna, perseguido por el obispo católico que quedó en su historia como el implacable Obispo Martin, resistía con coraje y se consideraba un genio incomprendido. Todo eso después de realizar sus últimas obras maestras sobre temáticas nativas y amar a sus "novias" niñas Teha'amana y Pau'ura, en Tahití, las cuales fueron modelos inspiradores para relatar plásticamente la exótica cultura. Con el mismo fascinio por ese universo lejano, también generó un legado a la posteridad en los escritos de Noa Noa, con testimonios estéticos y narrativas de sus experiencias tahitianas. Y, al fin, con su última compañera, Vaeho en Atuona, un pequeño pueblo de la isla Hiva Ao, en las Marquesas, muere en la casa del placer - como él llamaba a su taller y su casa -, un rincón, para el artista, bello e infeliz, en el Pacífico Sur.