Franco M. Jasiello
Nus de Agosto, La Redescoberta del Mistério
En estas telas que el Espacio Vivo presenta, Plínio Palhano define, desde el título mismo de la exposición, su conducta de artista preocupado con la búsqueda precisa e implacable de la calidad y de la revelación, encerradas en una medida que la realidad aparente desconoce, casi una dimensión existencial que, por su lúcida permanencia en la memoria, indica el itinerario estético y, sobre todo, poético a ser seguido, al igual que ciertos caminos que, repentinamente, se perciben al crepúsculo y parecen llevar hacia la construcción esfumada de las nubes, pero, inexorablemente, conducen a nuestra identidad más secreta.
Los desnudos de Plínio Palhano - creados con evidente fervor, una religiosidad conmovida que nos recuerda la de los pintores seneses del siglo XIV y, a la vez, la crítica y sensual ironía de los expresionistas, contenida, empero, en la impecable disciplina del dibujo osado, equilibrando los volúmenes, como Mantegna, en las perspectivas arduas e irreverentes, así como en la medida exacta de luz y sombra que le da color a aquella densidad, una especie de ponderación identificadora del tejido misterioso que reviste el desnudo femenino a lo largo de la historia de la pintura, después de los "tenebristas" - determinan el espacio en que el objeto ya no pertenece al circunstante sino que asume los contornos nítidos y poderosos de la visión.
Es, sin duda, el redescubrimiento del misterio (de sus pasillos silenciosos, de susurros en sus salas, de sus ventanas entreabiertas sobre el despertar), lo que "Desnudos de Agosto" revela, porque la técnica pictórica de Plínio Palhano, tan refinada cuanto la de los "manieristi", es el soporte de la fabulación transfiguradora de su obra que representa la desnudez del cuerpo femenino, restaurada en su luminosa dignidad y en su integridad, compuesta de infinitas regiones inalcanzables por el análisis empírico y por la indagación cartesiana.
En una época, como la actual, en que al cuerpo femenino se le niega lo sagrado, y es puesto, con escarnio, bajo la violenta luz de la vulgaridad - con la misma sutileza con que son expuestas las partes anatómicas más importantes de reses listas para el abate -, Plínio Palhano establece lo que Fernando Monteiro llama "el tema del cuerpo pictóricamente meditado en una obsesionada investigación de la relación pintor/modelo", y esa meditación, esa investigación, esa relación son los instrumentos de la supervivencia de la aventura humana, por sobre las limitaciones del cotidiano impuesto y organizado por el absurdo, utilizados con apasionado vigor, recurriendo a una narrativa plástica sin tregua.
La contemplación de "Desnudos de Agosto" es ejercicio que exalta y nos hace humildes, por el poder de rescate del individuo, como ser de carne y sueño, con nostalgia de absoluto, y por ello, inquieta criatura sometida a la penitencia de la temporalidad.
No me refiero a la exaltación o a la humildad burguesa. Me refiero a aquellos sentimientos que, junto con el del tiempo (utilizando la expresión ungarettiana), frente a la obra de arte, logra resumir el acto vital a su existencia: "existir es soñar".
En este año de 1993, siglo e invierno al crepúsculo, los cuerpos femeninos, de desnudez trágica e inmaculada, que la pintura de Plínio Palhano muestra en la Espacio Vivo, afirman la lírica y desesperada necesidad de la permanencia, más allá de la más seductora transitoriedad, y evocan los versos de Christopher Marlowe, dedicados al rebelde y penitente Dr. Fausto: "Lente, lente currite noctis equi".
Franco M. Jasiello, crítico de arte
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