Lucila Nogueira
Melancolía de Volcán
Ante la luminosidad de los paneles, al impacto sigue el éxtasis: a un mundo sombrío y fragmentado logra Plínio Palhano sacarle unidad y claridad. En magnetizada rotación, se sugieren las imágenes arquetípicas como si fueran seres milenarios, infinitos habitantes de una civilización de fuego, entrañada en el torbellino de los inconcientes abismos del hombre. Nada es seguro, definido o estable en ese universo de Plínio. Se deja guiar por la sorpresa, deliberadamente alucinado. No quiere representar a lo figurativo externo de las cosas sino verlas por dentro, en el sustrato que las hace permanecer intactas, captándoles la vida en ritmo de catarsis. Colores vertiginosos funcionan como personajes que nos arrastran en esa auténtica odisea del alma. Podría decir que su trazo se polariza entre energía y hondura. En todo lo ancho de sus paneles escultóricos asciende Plínio, inalcanzable, lírico y onírico, poderosa angustia iluminada, en la obsesionada lucha de contrarios, negándose al pragmatismo consumible y a la banalidad del modismo fácil, febril y conciente, inocente e hierático. Ascesis de quien pareciera desear, como de hecho desea, la fusión solidaria de las similitudes y de los contrates; melancolía de volcán - la expresión es de Octavio Paz - intensa, rítmica, llama de laberinto intercambiándose con el fuego imperecedero que habrá de habitar en la sublime unidad de todo lo que es vivo en la tierra.
Recife, 24 de mayo de 1985
Volver a la Serie FLORES DE FUEGO