Jaci Bezerra
Plínio Palhano: sol y fuego en el estudio y en el alma

Si es verdad, como afirmaba Gilberto Freyre, que los colores y las luces de los Trópicos ejercen influencia sobre muchos de sus pintores, es posible asegurar que esas luces y esos colores encuentran abrigo definitivo en el arte y las telas de Plínio Palhano. Su universo es grabado a fuego. Y, de igual manera, con el sol de incontenibles y salvajes pasiones, que revelan paisajes que arden y cantan espléndidamente, exponiendo y descarnando, llama a llama, lo que hay antes y después de las tinieblas. Un mundo que parece nacer con el júbilo de las creaciones primeras, cuando los amplios espacios todavía eran habitados, y el hombre no era más que un sueño que se organizaba sobre la Tierra.

Las obras de Plínio Palhano, en el interior de una sala oscura, esplenden como una sucesión de hogueras. Pueden ser hojeadas por la emoción como si fueran las partes de un libro impreso en la superficie de la luz. O pueden ser vistas respirando en la oscuridad como miles de alas volando encendidas hacia los ojos y hacia la vida. Esas comparaciones, sin embargo, aflorando a la primera mirada, abren horizontes aun más anchos cuando los ojos recorren ese universo en fiebre y en brasa. El fuego, la luz, el color arden y existen. Pero solamente al llegar al interior del cuadro, entendemos que estamos invadiendo, hasta donde alcanza la vista, un universo organizado por la emoción y por el conocimiento, que late y se mueve con el intenso y orgánico poder de creación del espíritu humano.

Fuego de la pasión, fuego del alma, fuego de la eternidad. El fuego, sin embargo, siempre y reconocidamente, es uno de los elementos utilizados por excelencia para señalar y glorificar la obras que son, desde que nacen, anteriores y ulteriores al tiempo. Al margen del polvo hacia donde retornaremos, justifican la frágil y precaria existencia de los hombres. Es a través de fuego que Plínio transmigra hacia el luminoso espacio de sus telas. Él y su paisaje interior, vereda y vena tensas de sangre y nervios, alegrías y angustias. Paisaje que canta, madura y febril, con la refulgencia de los grandes poemas. Del fuego que avanza gloriosamente, instalando una nueva verdad y un nuevo orden en el mundo.

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