Marcos Cordeiro
Recife revisitado

Por no poder de azul pintar las calles, el poeta mayor Carlos Pena Filho escribió, entre otros, uno de los más bellos sonetos del idioma: "El Soneto del Desorden Azul". Pero, por ser pintor de fina sensibilidad, tanto cuanto es poeta Carlos Pena, Plínio Palhano logró lo que aquél no hizo: pintar de azul no sólo edificios y calles, sino toda la ciudad de Recife, completamente. La Recife antigua, la Recife de los bohemios, la Recife de los poetas y los amantes. De esa forma, ha restaurado, como legado para las generaciones más nuevas, la dignidad perdida del viejo barrio que fue rico un día.

Con la misma fuerza de su penúltima fase, pero con tonalidades y colores que podríamos calificar como más suaves, regresa Plínio, sin sorpresa para quienes siguen de cerca su trabajo, plenamente maduro en su actual propuesta artística, que es una "sensata" y poética declaración de amor a Recife, nuestra Recife, más Pasárgada que un simple reducto electoralista-trópico-anárquico-cursi de los días actuales.

De raiz expresionista, Plínio no transforma en pintura el aspecto exterior del mundo (al contratio de los impresionistas). En busca de sus "paisajes psicológicas de la Recife Vieja", su sensibilidad va desde afuera hacia adentro, desde lo superficial hacia el espíritu. En sus trabajos actuales, luego se nota, a la primera mirada, la descomposición de la imagen real y natural de las fachadas, edificios, o de las panorámicas de los tres grandes paneles, en composiciones más abstractas que realistas, que, mediante un mecanismo perceptivo-sensorial, de origen evocativo, nos permite recomponer de manera realista las imágenes representadas.

Para darles "expresión" a sus formas, utiliza el artista una coloración compacta de tonos sobre tonos, casi siempre con vigorosas pinceladas de gran fuerza dramática y expresiva luminosidad, en un proceso de fraccionamiento estructural del objeto representado, lo que se debe a la descontinuidad de las pinceladas - dinámicas y arrebatadas.

Para mí, que frecuenté asiduamente, los viernes y sábados, los bares del viejo barrio de Recife, con sus antiguos tocadiscos, en los que se oía a cantantes como Orlando Silva, Dalva de Oliveira, Nelson Gonçalves, Agostinho dos Santos, Nora Ney y Núbia Lafayette, entre otros; bares como el OK, California, Chantecler, Moulin Rouge, Capitólio do Grego, Silver Star, etc., en los años de 1960, con mis colegas de la Casa del Estudiante de Pernambuco, esos trabajos, más que familiares, son reconstituciones psicológicas de escenarios de una época de parte de mi desprecupada y romántica juventud. Sin nostalgia, pero con lírica melancolía, mirar y ver a esos cuadros y paneles de Plínio es como revisitar Recife, una Recife que no es esta atormentada ciudad de hoy. Sin formas ornamentales, es cierto, pero sin la suciedad democratizada, tanto de la miseria cuanto de derechos sin valores o referencias. Mirando a esos cuadros en toda su expresividad casi romántica, no puedo dejar de hacer una dolorosa reflexión: la de que todas aquellas fachadas, ventanas, edificios y calles formaban parte de la infraestructura del placer de entonces. Del placer despreocupado y modesto de universitarios pobres y llenos de esperanza (oriundos, en su mayoría, del interior de Pernambuco y los demás Estados del Nordeste). Tampoco puedo escapar al sonido del grito de esas fachadas en ruínas de un barrio decadente, del mismo modo que de las quejas y las carcajadas desesperadamente felices, empapadas de cerveza y "cuba libre" de Quitéria de Natal, Marinalva de Arapiraca, Maria-Quente, Toinha-Bote-Toda, Odete do Bago Mole, entre otras, en las interminables noches con mis primos Rafael, Paulo Jorge, Manoel Afonso, Nicolau, Walter Lambreta, los amigos Nilson Macena y Coap, la gente de São Bento do Una y tantos otros colegas, algunos de los cuales ya se han ido para siempre, tales como Mário de Garanhuns, Edmilson de Belo Jardim y Zé Orlando de Petrolina.

Desde una perspectiva menos emocional de nuestra parte, la lectura de los cuadros de Plínio Palhano permite afirmar, para concluir, que la tonalidad abstracta de esos trabajos determina la distribución de espacios que se rellenan de brumas tonales de gran intensidad sensitiva, debido al relieve plástico de las pinceladas, casi un modelado, que él formula, expresando la emoción por la acción directa del artista en su proceso del quehacer artístico - con dinamismo y arrebato - con miras a lograr un clima más de encanto que de ilusión, más de idealidad que de realidad, porque está más allá del tiempo.

Olinda Oriental, octubre de 1988

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